viernes, 16 de diciembre de 2016

LOS SACRAMENTOS















Los Sacramentos

Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia, a través de los cuales recibimos la vida divina. Con la definición de signo sensibles se indica que son acciones, palabras o gestos sensibles, es decir que pueden ser captados por los sentidos.
Por medio de ellos Cristo vive, actúa y habla hoy en la Iglesia lo mismo que en su vida terrena.
Cristo funda su Iglesia como signo visible de su presencia y acción salvadora.
Él está siempre presente en su Iglesia y en los sacramentos, cuando alguien bautiza es Cristo quién bautiza.
Por los sacramentos Dios sale a nuestro encuentro en los distintos momentos de la vida:
Bautismo: para nacer a la vida de la gracia
Confesión: cuando pecamos recuperar la gracia y reconciliarnos con Dios
Eucaristía: para nuestro alimento recibiendo al mismo Jesús
Confirmación: Para defender y testimoniar nuestra fe
Orden sacerdotal: para hombres llamados por Dios a su servicio
Matrimonio: Para cuando un hombre y una mujer deciden formar una familia
Unción de los enfermos: para la debilidad y enfermedad
Los sacramentos son eficaces y actúan por el solo hecho de ser administrados, no dependiendo de la santidad del ministro, pero los frutos dependen de la disposición del que lo recibe.
Son un anticipo de la vida eterna.
Nos conceden la gracia santificante que es un don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundido por el Espíritu Santo en nuestra persona para curarla del pecado y santificarla.
También nos concede la gracia sacramental que es el don propio de cada sacramento.
Las gracias o dones especiales asisten y acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios de la Iglesia.
Algunos sacramentos se reciben solo una vez ya que confieren carácter sacramental (sello indeleble), con lo que el cristiano queda incorporado a la misión de Cristo de una vez para siempre.
Estos son: Bautismo, Confirmación y Orden Sacerdotal.


El Sacramento del Bautismo

Es la base e inicio de la vida cristiana, no se puede recibir los otros sin este, por el somos miembros de Cristo y de su Iglesia, Templos del Espíritu Santo.
Nos libera del pecado original y nos hace hijos adoptivos de Dios. Es el sacramento de la fe, con él se da el comienzo de una vida espiritual que se desarrollara con el tiempo.
La palabra bautismo significa “sumergir, introducir dentro del agua”, En el Evangelio se relata que el primer bautismo era un rito con un baño que San Juan Bautista administraba.
Cristo establece un nuevo bautismo en el Espíritu Santo, transformando éste en sacramento de la gracia cuando ordena a sus discípulos que bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La inmersión en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale con El, en virtud de su Resurrección como una nueva criatura liberada del pecado, sin el nadie puede entrar en el cielo. El bautizado se convierte en luz y en hijo de la luz.
El bautismo perdona todos los pecados, el pecado original y los pecados personales y las penas del pecado cuando este se recibe en la adultez.
Transforma al bautizado en una “criatura nueva”, nos hace hijos adoptivos de Dios, participe de su naturaleza divina, miembros de Cristo, coherederos con El y templos del Espíritu Santo. Esta nueva vida es la vida de la gracia.
La Trinidad da al bautizado la gracia santificante que lo hace capaz de creer en Dios, de esperar en El y de amarlo mediante las tres virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. Le concede a su vez poder vivir y obrar bajo la inspiración del Espíritu Santo, mediante los dones del Espíritu Santo: Sabiduría, Consejo, Ciencia, Entendimiento, Fortaleza, Piedad y Temor de Dios y le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales. Toda la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el Santo Bautismo.
Imprime un “sello espiritual indeleble e imborrable”, llamado también carácter sacramental, que nos hace cristianos para siempre.
Da la gracia de la justificación que incorpora a Cristo y a su Iglesia que es el fundamento de la comunión con los demás cristianos.
Permite participar del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y de su realeza. Queda expresado en la unción con el crisma, signo de dignidad profética, sacerdotal y real. Crea un vínculo sacramental de unidad entre los cristianos.
El Bautismo es el sello de la vida eterna. Quién guarde este sello hasta el fin, es decir que permanece fiel a sus exigencias podrá morir marcado en el “signo de la fe “y esperar confiado la visión bienaventurada de Dios y el cumplimiento de la promesa de la Resurrección.
Puede recibir el bautismo cualquier persona que no esté bautizada, requiere profesar la fe si es adulto, si es niño sus padres y padrinos harán la profesión de fe.
Debe recibir un nombre, de preferencia cristiano para que sea su modelo e intercesor.
Los ministros ordinarios del Bautismo son el obispo o presbítero. En caso de emergencia o ante peligro de muerte cualquier persona puede bautizar teniendo la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
La fórmula es: Derramando agua sobre la cabeza pronuncia la fórmula trinitaria bautismal: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Jesucristo nos dice que el Bautismo es necesario para la salvación eterna, por ello envía a sus apóstoles y discípulos a bautizar a todas las naciones.
El Bautismo Sacramental es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento.
Dios ha vinculado desde siempre la salvación al Sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda reducida a los sacramentos. Desde siempre la Iglesia posee la firme convicción de que las personas que padecen la muerte por razón de fe sin haber recibido el bautismo, son bautizadas por su muerte con Cristo y por Cristo, este es el llamado bautismo de sangre. Además, todos aquellos que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer a Cristo ni a la Iglesia se esfuerzan por encontrar a Dios, tienen el “Bautismo de deseo”. En ambos casos se producen los frutos de Bautismo sin haber recibido el sacramento.
Los padres de los niños bautizados deben prepararse para la recepción del sacramento. Se comprometen ante Dios y ante la Iglesia a educar a los hijos en la fe.
Los padrinos escogidos deben tener fe necesaria para ayudar al nuevo bautizado en su vida cristiana, procurando que su ahijado cumpla sus obligaciones como hijos de Dios, dichos padrinos deben: tener la intención y capacidad de su misión, ser mayor de 16 años, ser católico, estar confirmado, haber recibido la Santa Eucaristía y tener una vida consecuente con la fe y misión a asumir, no ser padre o madre de quién se bautiza.



El sacramento de la confirmación

La vida cristiana se fortalece con el sacramento de la confirmación, es necesario para lograr la plenitud de la gracia bautismal.
Los signos que se destacan en la Confirmación son la imposición de las manos unidas a la invocación al Espíritu Santo y la unción con el Santo Crisma. (La imposición de las manos es símbolo de la protección de Dios y presencia del Espíritu Santo).
Al ser signado por la mano del obispo con oleo perfumado, el confirmado recibe la marca, el sello del Espíritu Santo. El sello del Espíritu Santo es indeleble y marca la pertenencia total a Cristo al ponerse a su servicio para siempre, pero indica también la promesa de la protección divina en esta vida y en la gran prueba escatológica, es decir en los últimos acontecimientos de la historia personal de la humanidad: por ese sello seremos reconocidos como ungidos por Dios, como servidores de Cristo.
Los efectos de este sacramento son:
Ahonda en nosotros la conciencia de ser hijos de Dios, aumenta la gracia bautismal, une con firmeza a Cristo y su Iglesia, aumenta y fortalece los dones del Espíritu Santo, da fuerza para testimoniar, extender y defender la fe cristiana por la palabra y obras.
Sólo se da una vez, ya que imprime en el alma una marca espiritual indeleble, que es signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu, ayudándolo a vivir heroicamente las virtudes teologales.
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Pueden recibirlo todos los bautizados, debiendo estar en gracia de Dios (confesado).
De ordinario lo hace un obispo (o un delegado) pero en caso de peligro de muerte puede darlo cualquier sacerdote.
Para un buen padrino o madrina:
Debe estar confirmado, de 16 o más años ser católico, llevar una vida consecuente con la fe que profesa, no estar afectado de una pena canóniga.




El Sacramento de la Eucaristía

A este sacramento se le llama Eucaristía, Banquete del Señor, Fracción del Pan, Asamblea Eucarística, Memorial de la Pasión y Resurrección del Señor, Memorial de su Pascua; nombres variados que tienen su origen en sus distintos aspectos.
Existen numerosos signos del Pan y del Vino en la historia de la salvación de los hombres en el Antiguo Testamento y Nuevo Testamento, la multiplicación de los panes, milagro en las bodas de Cana.
Jesús instituye el Sacramento de la Eucaristía el Jueves Santo, mientras celebraba con sus Apóstoles la Ultima Cena.
“Tomando en sus manos el pan, lo partió, pronunció la bendición y se los dio diciendo: “Tomen y coman de él porque éste es mi cuerpo que será entregado por ustedes”. (Mt 26, 26).
Después, tomó en sus manos el cáliz con el vino y les dijo: “Tomen y beban todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón de los pecados, hagan esto en memoria mía” (Mt 26,27).
Jesús instituye la Eucaristía como prenda de su amor para no alejarse nunca y hacernos participar siempre de su Pascua, de su Muerte y Resurrección.
Jesús pidió a sus Apóstoles celebrar la Eucaristía hasta su regreso, “constituyéndoles desde ese día en sacerdotes del Nuevo Testamento”
La presencia real de Cristo en la Eucaristía lleva a este sacramento por encima de todos los demás; hace de él la perfección de la vida espiritual y el fin al cual tienden todos los demás sacramentos.
Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo las especies de pan y de vino es su cuerpo y su sangre.
En la consagración, (en la santa misa) se opera un cambio de sustancias del pan y del vino llamado transubstanciación, esto es que toda la sustancia del pan es su Cuerpo y toda la sustancia del vino es su Sangre, esto se realizó mediante la eficacia de la palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo.
Cristo está presente todo integro en cada especie eucarística y en cada una de sus partes, tanto en una hostia entera como en una partícula o en una gota de vino consagrado. Partir el pan no divide su Cuerpo y su presencia Eucarística continua mientras subsisten las especies eucarísticas de pan y de vino.
En el sagrario se guardan las hostias consagradas con el mayor respeto y cuidado posible.
La Eucaristía es el banquete pascual: en la comunión Cristo nos entrega su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos como comida y bebida y nos une a Él y entre nosotros. Comulgar es acoger a Cristo que se ofrece por nosotros.
Nos dice: “En verdad, en verdad les digo, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”. (Jn 6, 53).
Para recibir al Señor en la Sagrada Comunión, debemos cumplir algunos requisitos y estar debidamente preparados:
 Estar incorporados a la Iglesia Católica
Estar e gracia (confesados)
Comulgar sabiendo lo que hacemos y con humildad
Guardar ayuno eucarístico
Recibir con respeto y solemnidad a Dios
Esta recomendado comulgar al menos en Pascua.
La Eucaristía es el memorial del sacrificio de Cristo, en el sentido de que hace presente y actual el Sacrificio que ofreció al Padre, una vez para siempre, sobre la Cruz a favor de la humanidad.
El sacrificio de la cruz y el sacrificio de la eucaristía son un único sacrificio, son idénticos la víctima y el oferente; sólo es distinto el modo de ofrecerse: de manera cruenta en la Cruz; incruenta en la Eucaristía.
En este sacramento la vida de los fieles, sus alabanza, sufrimientos, oraciones y trabajos se unen al sacrificio y méritos de Cristo que se ofrece por todos los fieles, vivos y difuntos en reparación de los pecados de todos los hombres y para obtener de Dios beneficios espirituales y temporales.


El Sacramento de la Penitencia


Jesús instituye este sacramento cuando se muestra a los apóstoles después de la Resurrección y despidiéndose de ellos, antes de ascender a los cielos, les dio el poder de perdonar los pecados o de retenerlos.
Sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo, a quienes ustedes perdonen los pecados, queden perdonados, y a quienes ustedes no se los perdonen, queden atados. (Jn 20, 22-23).
Mediante el sacramento de la penitencia se obtiene la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y al mismo tiempo, la reconciliación con la Iglesia a la cual también ofendió.
El pecado es ante todo ofender a Dios, una ruptura de la amistad y comunión con El, y una ruptura de la comunión con la Iglesia.
Sólo Dios perdona los pecados, Jesús dice de sí mismo: “El Hijo del Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra y ejercer ese poder divino: tus pecados te son perdonados” (Mc 2- 10     Mc 2-5     Lc 7-48).
Haciendo uso de su autoridad divina, d ese poder a los Apóstoles y luego a sus sucesores, obispos, sacerdotes para que lo ejerzan en su nombre.
Para una válida confesión el penitente debe:
Examinar su conciencia con una sincera mirada de sobre cómo ha actuado y si ha adecuado su vida a los mandamientos de Dios y de su Iglesia.
Arrepentirse de sus pecados, teniendo dolor por ellos.
Tener un propósito de enmienda, empeñándose en no volver a cometerlos.
Confesar los pecados exponiendo todos los pecados mortales cometidos desde la última confesión.
Cumplir la penitencia que es reparar y expiar por los pecados cometidos, la impone el sacerdote en nombre de Jesucristo, y pueden ser oraciones, ofrendas, servicios al prójimo, obras de misericordia etc.
Con la absolución de los pecados el sacerdote en la persona de cristo perdón y libera al pecador arrepentido de sus pecados.
La confesión frecuente ayuda a la persona a luchar contra sus malas inclinaciones y a progresar en la vida espiritual y nos hace más humildes.
Los ministros de este sacramento son los obispos o presbíteros que tienen el poder dado por Dios para perdonar los pecados, actúa “en la persona de Cristo lo que significa que es el mismo Cristo quién perdona los pecados a través del sacerdote.
La absolución de los pecados es dada en el hombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
El sigilo sacramental hace que el sacerdote que oye confesiones está obligado sin excepción a guardar secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas.
Solo en caso de necesidad grave se puede recurrir a la celebración comunitaria del perdón y absolución general. (peligro masivo de muerte).
Superada la situación la confesión de los pecados graves debe hacerse lo antes posible.
La confesión tiene grandes efectos espirituales:
Nos reconcilia con Dios y nos perdona
Paz y tranquilidad en la conciencia
Nos reconcilia con la Iglesia y los hermanos
Remite la pena eterna de los pecados mortales
Nos restaura el estado de gracia
Remite en parte las penas temporales
Acrecienta las fuerzas espirituales para el combate



Sacramento Unción de los Enfermos

Este sacramento tiene por fin dar una gracia especial al cristiano que experimenta una enfermedad grave o la vejez. Es un remedio de vida sobrenatural y alivio para el cuerpo y el alma.
Mediante esta sagrada unción y con la oración del sacerdote toda la Iglesia encomienda al enfermo al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y salve.
Debe ser dado por un sacerdote u obispo.
Puede recibirlo cualquier persona enferma grave o anciano, ojalá precedido por la confesión, se puede recibir cada vez que sea necesario, aunque la persona este inconsciente; ante la duda de si ha muerto o no, se puede administrar.
Tiene como efecto la unión con Cristo, consuelo, paz, fortaleza y el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido confesarse.
Fortalece contra las tentaciones del maligno especialmente el desaliento y la angustia ante la muerte.
Concede a veces la recuperación de la salud física (si Dios así lo quiere).
Prepara para el paso a la vida eterna.
Los sacramentos que preparan para nuestra entrada a la patria celestial o que cierran nuestra peregrinación en esta tierra son la Penitencia, la Unción de los Enfermos y la Eucaristía en forma de viatico.



El Sacramento del Orden

El orden sagrado es un sacramento instituido por Jesús gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Confieren la gracia especial de ejercer funciones y ministerios que se refieren al culto de Dios y a la salvación de las almas, se confiere en tres grados: obispo, presbítero, diacono.
Se llama Sacramento del Orden porque indica un cuerpo eclesial al que se entra a formar parte mediante una consagración especial (ordenación), la cual, por un don particular del Espíritu Santo, permite ejercer una potestad sagrada a nombre y con la autoridad de Cristo, al servicio de los fieles.
Cristo es el verdadero sacerdote, todos los demás son ministros suyos, quienes están llamados a acercar a los hombres al Dios Uno y Trino. Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, porque solo Él nos reconcilió con Dios, por medio de su sangre derramada en la Cruz. Este sacrificio es único y se realizó de una vez y para siempre.
El sacerdote ordenado, en el ejercicio de su ministerio, no habla ni actúa por propia autoridad, ni por mandato o delegación de la comunidad, sino en la Persona de Cristo cabeza y en el nombre de la Iglesia; son ordenados para anunciar el Evangelio, celebrar l Eucaristía y administrar los sacramentos, su función sagrada por excelencia es la Eucaristía, de dónde saca todas sus fuerzas para su ministerio.
Este sacramento lo puede recibir solo el varón bautizado y por un llamado de Dios, esta vocación al sacerdocio es un llamado especial a consagrarse totalmente al Señor y a vivir en su presencia y en el celibato, que le permite unirse más fácilmente a Cristo con corazón indiviso.
Se confiere solo por una vez ya que confiere un “carácter espiritual indeleble” que le da la capacidad de actuar como representante de Cristo en su triple función de sacerdote profeta y rey.
El sello que este sacramento confiere es para siempre, imborrable, aunque por motivos excepcionales este deje el sacerdocio.




Sacramento del Matrimonio

El matrimonio o unión de un hombre con una mujer para toda la vida fue elevado por Jesucristo a la dignidad de Sacramento. Este sacramento santifica la unión de los esposos y les concede la gracia de amarse fielmente y la de educar y formar cristianamente a los hijos.
El matrimonio es uno de los sacramentos al servicio de la comunidad, pues está ordenado a la salvación de los demás y a la propia salvación mediante el servicio que prestamos a los otros. Este sacramento tiene una misión particular en la Iglesia, pues sirve a la edificación del pueblo de Dios.
La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: “no es bueno que el hombre este solo”. La mujer es su complemento, su compañera, y le es dada por Dios como auxilio. Por eso deja “el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer y se hacen una sola carne”: ese fue el plan del creador desde el principio.
Jesús en el Nuevo Testamento enseño sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y de la mujer, tal como el Creador lo quiso al comienzo ¿no han oído que al principio el creador los hizo varón y mujer? Por eso, dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer y serán los dos una sola carne. “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mt 19, 4-6).
El matrimonio cristiano representa la alianza de amor que existe entre Cristo y su Iglesia.
El matrimonio es también una realidad espiritual y sobrenatural, que santifica y fortalece la unión de cada uno de los cónyuges entre sí y con Cristo. Es verdadero camino de santidad. Los esposos están llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión y sobrenaturalizando las relaciones conyugales, la relación con los hijos y en general, toda la vida familiar.
El matrimonio como sacramento sella el vínculo perpetuo y exclusivo entre los cónyuges, perfecciona el amor de los esposos, fortalece su unidad excluyente e indisoluble, santifica la vida y el amor matrimonial, la acogida y educación de los hijos, da la gracia de amarse con el mismo amor que Cristo ama a su Iglesia.
El amor de los esposos exige la unidad y la indisolubilidad de su vínculo. Están llamados a crecer en su comunión a través de su fidelidad diaria a la promesa matrimonial de “entrega reciproca y total que hicieron frente a Dios”.
El sacramento del matrimonio consagra, eleva, sana y purifica el amor puramente humano, exige de los esposos una fidelidad inviolable. El amor verdadero tiende por su naturaleza a ser definitivo y no pasajero. La fidelidad expresa la capacidad de mantener la palabra dada.
Existen situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones diversas. En estos casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Sin embargo, no dejan de ser marido y mujer delante de Dios, por lo que no deben contraer una nueva unión.

El amor conyugal está llamado a estar abierto a la vida, a la procreación y a la educación de los hijos, por lo tanto, es un fin del matrimonio. Los esposos participan del poder creador de Dios y de la paternidad de Dios.

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