Los Sacramentos
Los sacramentos son signos sensibles y
eficaces de la gracia, a través de los cuales recibimos la vida divina. Con la
definición de signo sensibles se indica que son acciones, palabras o gestos sensibles,
es decir que pueden ser captados por los sentidos.
Por medio de ellos Cristo vive, actúa y habla
hoy en la Iglesia lo mismo que en su vida terrena.
Cristo funda su Iglesia como signo visible de
su presencia y acción salvadora.
Él está siempre presente en su Iglesia y en
los sacramentos, cuando alguien bautiza es Cristo quién bautiza.
Por los sacramentos Dios sale a nuestro
encuentro en los distintos momentos de la vida:
Bautismo: para nacer a la vida de la gracia
Confesión: cuando pecamos recuperar la gracia
y reconciliarnos con Dios
Eucaristía: para nuestro alimento recibiendo
al mismo Jesús
Confirmación: Para defender y testimoniar
nuestra fe
Orden sacerdotal: para hombres llamados por
Dios a su servicio
Matrimonio: Para cuando un hombre y una mujer
deciden formar una familia
Unción de los enfermos: para la debilidad y
enfermedad
Los sacramentos son eficaces y actúan por el
solo hecho de ser administrados, no dependiendo de la santidad del ministro,
pero los frutos dependen de la disposición del que lo recibe.
Son un anticipo de la vida eterna.
Nos conceden la gracia santificante que es un
don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundido por el Espíritu Santo en
nuestra persona para curarla del pecado y santificarla.
También nos concede la gracia sacramental que
es el don propio de cada sacramento.
Las gracias o dones especiales asisten y
acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de los
ministerios de la Iglesia.
Algunos sacramentos se reciben solo una vez
ya que confieren carácter sacramental (sello indeleble), con lo que el
cristiano queda incorporado a la misión de Cristo de una vez para siempre.
Estos son: Bautismo, Confirmación y Orden
Sacerdotal.
El Sacramento del
Bautismo
Es la base e inicio de la vida cristiana, no
se puede recibir los otros sin este, por el somos miembros de Cristo y de su Iglesia,
Templos del Espíritu Santo.
Nos libera del pecado original y nos hace
hijos adoptivos de Dios. Es el sacramento de la fe, con él se da el comienzo de
una vida espiritual que se desarrollara con el tiempo.
La palabra bautismo significa “sumergir, introducir
dentro del agua”, En el Evangelio se relata que el primer bautismo era un rito
con un baño que San Juan Bautista administraba.
Cristo establece un nuevo bautismo en el
Espíritu Santo, transformando éste en sacramento de la gracia cuando ordena a sus
discípulos que bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La inmersión en el agua simboliza el acto de
sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale con El, en virtud
de su Resurrección como una nueva criatura liberada del pecado, sin el nadie
puede entrar en el cielo. El bautizado se convierte en luz y en hijo de la luz.
El bautismo perdona todos los pecados, el
pecado original y los pecados personales y las penas del pecado cuando este se
recibe en la adultez.
Transforma al bautizado en una “criatura
nueva”, nos hace hijos adoptivos de Dios, participe de su naturaleza divina,
miembros de Cristo, coherederos con El y templos del Espíritu Santo. Esta nueva
vida es la vida de la gracia.
La Trinidad da al bautizado la gracia
santificante que lo hace capaz de creer en Dios, de esperar en El y de amarlo
mediante las tres virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. Le
concede a su vez poder vivir y obrar bajo la inspiración del Espíritu Santo,
mediante los dones del Espíritu Santo: Sabiduría, Consejo, Ciencia,
Entendimiento, Fortaleza, Piedad y Temor de Dios y le permite crecer en el bien
mediante las virtudes morales. Toda la vida sobrenatural del cristiano tiene su
raíz en el Santo Bautismo.
Imprime un “sello espiritual indeleble e
imborrable”, llamado también carácter sacramental, que nos hace cristianos para
siempre.
Da la gracia de la justificación que
incorpora a Cristo y a su Iglesia que es el fundamento de la comunión con los
demás cristianos.
Permite participar del sacerdocio de Cristo,
de su misión profética y de su realeza. Queda expresado en la unción con el
crisma, signo de dignidad profética, sacerdotal y real. Crea un vínculo
sacramental de unidad entre los cristianos.
El Bautismo es el sello de la vida eterna.
Quién guarde este sello hasta el fin, es decir que permanece fiel a sus
exigencias podrá morir marcado en el “signo de la fe “y esperar confiado la
visión bienaventurada de Dios y el cumplimiento de la promesa de la
Resurrección.
Puede recibir el bautismo cualquier persona
que no esté bautizada, requiere profesar la fe si es adulto, si es niño sus
padres y padrinos harán la profesión de fe.
Debe recibir un nombre, de preferencia
cristiano para que sea su modelo e intercesor.
Los ministros ordinarios del Bautismo son el
obispo o presbítero. En caso de emergencia o ante peligro de muerte cualquier
persona puede bautizar teniendo la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
La fórmula es: Derramando agua sobre la
cabeza pronuncia la fórmula trinitaria bautismal: “Yo te bautizo en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Jesucristo nos dice que el Bautismo es
necesario para la salvación eterna, por ello envía a sus apóstoles y discípulos
a bautizar a todas las naciones.
El Bautismo Sacramental es necesario para la
salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la
posibilidad de pedir este sacramento.
Dios ha vinculado desde siempre la salvación
al Sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda reducida a
los sacramentos. Desde siempre la Iglesia posee la firme convicción de que las
personas que padecen la muerte por razón de fe sin haber recibido el bautismo,
son bautizadas por su muerte con Cristo y por Cristo, este es el llamado
bautismo de sangre. Además, todos aquellos que, bajo el impulso de la gracia,
sin conocer a Cristo ni a la Iglesia se esfuerzan por encontrar a Dios, tienen
el “Bautismo de deseo”. En ambos casos se producen los frutos de Bautismo sin
haber recibido el sacramento.
Los padres de los niños bautizados deben
prepararse para la recepción del sacramento. Se comprometen ante Dios y ante la
Iglesia a educar a los hijos en la fe.
Los padrinos escogidos deben tener fe
necesaria para ayudar al nuevo bautizado en su vida cristiana, procurando que
su ahijado cumpla sus obligaciones como hijos de Dios, dichos padrinos deben:
tener la intención y capacidad de su misión, ser mayor de 16 años, ser
católico, estar confirmado, haber recibido la Santa Eucaristía y tener una vida
consecuente con la fe y misión a asumir, no ser padre o madre de quién se
bautiza.
El sacramento de la confirmación
La vida cristiana se fortalece con el
sacramento de la confirmación, es necesario para lograr la plenitud de la
gracia bautismal.
Los signos que se destacan en la Confirmación
son la imposición de las manos unidas a la invocación al Espíritu Santo y la
unción con el Santo Crisma. (La imposición de las manos es símbolo de la
protección de Dios y presencia del Espíritu Santo).
Al ser signado por la mano del obispo con
oleo perfumado, el confirmado recibe la marca, el sello del Espíritu Santo. El
sello del Espíritu Santo es indeleble y marca la pertenencia total a Cristo al
ponerse a su servicio para siempre, pero indica también la promesa de la
protección divina en esta vida y en la gran prueba escatológica, es decir en
los últimos acontecimientos de la historia personal de la humanidad: por ese
sello seremos reconocidos como ungidos por Dios, como servidores de Cristo.
Los efectos de este sacramento son:
Ahonda en nosotros la conciencia de ser hijos
de Dios, aumenta la gracia bautismal, une con firmeza a Cristo y su Iglesia,
aumenta y fortalece los dones del Espíritu Santo, da fuerza para testimoniar,
extender y defender la fe cristiana por la palabra y obras.
Sólo se da una vez, ya que imprime en el alma
una marca espiritual indeleble, que es signo de que Jesucristo ha marcado al
cristiano con el sello de su Espíritu, ayudándolo a vivir heroicamente las
virtudes teologales.
.
Pueden recibirlo todos los bautizados,
debiendo estar en gracia de Dios (confesado).
De ordinario lo hace un obispo (o un
delegado) pero en caso de peligro de muerte puede darlo cualquier sacerdote.
Para un buen padrino o madrina:
Debe estar confirmado, de 16 o más años ser
católico, llevar una vida consecuente con la fe que profesa, no estar afectado
de una pena canóniga.
El Sacramento de la Eucaristía
A este sacramento se le llama Eucaristía,
Banquete del Señor, Fracción del Pan, Asamblea Eucarística, Memorial de la
Pasión y Resurrección del Señor, Memorial de su Pascua; nombres variados que
tienen su origen en sus distintos aspectos.
Existen numerosos signos del Pan y del Vino
en la historia de la salvación de los hombres en el Antiguo Testamento y Nuevo
Testamento, la multiplicación de los panes, milagro en las bodas de Cana.
Jesús instituye el Sacramento de la Eucaristía
el Jueves Santo, mientras celebraba con sus Apóstoles la Ultima Cena.
“Tomando en sus manos el pan, lo partió,
pronunció la bendición y se los dio diciendo: “Tomen y coman de él porque éste
es mi cuerpo que será entregado por ustedes”. (Mt 26, 26).
Después, tomó en sus manos el cáliz con el
vino y les dijo: “Tomen y beban todos de él, porque este es el cáliz de mi
sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y
por todos los hombres para el perdón de los pecados, hagan esto en memoria mía”
(Mt 26,27).
Jesús instituye la Eucaristía como prenda de
su amor para no alejarse nunca y hacernos participar siempre de su Pascua, de
su Muerte y Resurrección.
Jesús pidió a sus Apóstoles celebrar la
Eucaristía hasta su regreso, “constituyéndoles desde ese día en sacerdotes del
Nuevo Testamento”
La presencia real de Cristo en la Eucaristía
lleva a este sacramento por encima de todos los demás; hace de él la perfección
de la vida espiritual y el fin al cual tienden todos los demás sacramentos.
Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía
bajo las especies de pan y de vino es su cuerpo y su sangre.
En la consagración, (en la santa misa) se
opera un cambio de sustancias del pan y del vino llamado transubstanciación,
esto es que toda la sustancia del pan es su Cuerpo y toda la sustancia del vino
es su Sangre, esto se realizó mediante la eficacia de la palabra de Cristo y de
la acción del Espíritu Santo.
Cristo está presente todo integro en cada
especie eucarística y en cada una de sus partes, tanto en una hostia entera
como en una partícula o en una gota de vino consagrado. Partir el pan no divide
su Cuerpo y su presencia Eucarística continua mientras subsisten las especies
eucarísticas de pan y de vino.
En el sagrario se guardan las hostias
consagradas con el mayor respeto y cuidado posible.
La Eucaristía es el banquete pascual: en la
comunión Cristo nos entrega su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos como comida y
bebida y nos une a Él y entre nosotros. Comulgar es acoger a Cristo que se
ofrece por nosotros.
Nos dice: “En verdad, en verdad les digo, si
no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en
ustedes”. (Jn 6, 53).
Para recibir al Señor en la Sagrada Comunión,
debemos cumplir algunos requisitos y estar debidamente preparados:
Estar
incorporados a la Iglesia Católica
Estar e gracia (confesados)
Comulgar sabiendo lo que hacemos y con
humildad
Guardar ayuno eucarístico
Recibir con respeto y solemnidad a Dios
Esta recomendado comulgar al menos en Pascua.
La Eucaristía es el memorial del sacrificio
de Cristo, en el sentido de que hace presente y actual el Sacrificio que
ofreció al Padre, una vez para siempre, sobre la Cruz a favor de la humanidad.
El sacrificio de la cruz y el sacrificio de
la eucaristía son un único sacrificio, son idénticos la víctima y el oferente;
sólo es distinto el modo de ofrecerse: de manera cruenta en la Cruz; incruenta
en la Eucaristía.
En este sacramento la vida de los fieles, sus
alabanza, sufrimientos, oraciones y trabajos se unen al sacrificio y méritos de
Cristo que se ofrece por todos los fieles, vivos y difuntos en reparación de
los pecados de todos los hombres y para obtener de Dios beneficios espirituales
y temporales.
El Sacramento de la Penitencia
Jesús instituye este sacramento cuando se
muestra a los apóstoles después de la Resurrección y despidiéndose de ellos,
antes de ascender a los cielos, les dio el poder de perdonar los pecados o de
retenerlos.
Sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el
Espíritu Santo, a quienes ustedes perdonen los pecados, queden perdonados, y a
quienes ustedes no se los perdonen, queden atados. (Jn 20, 22-23).
Mediante el sacramento de la penitencia se
obtiene la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y
al mismo tiempo, la reconciliación con la Iglesia a la cual también ofendió.
El pecado es ante todo ofender a Dios, una
ruptura de la amistad y comunión con El, y una ruptura de la comunión con la
Iglesia.
Sólo Dios perdona los pecados, Jesús dice de
sí mismo: “El Hijo del Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra
y ejercer ese poder divino: tus pecados te son perdonados” (Mc 2- 10 Mc 2-5
Lc 7-48).
Haciendo uso de su autoridad divina, d ese
poder a los Apóstoles y luego a sus sucesores, obispos, sacerdotes para que lo
ejerzan en su nombre.
Para una válida confesión el penitente debe:
Examinar su conciencia con una sincera mirada
de sobre cómo ha actuado y si ha adecuado su vida a los mandamientos de Dios y
de su Iglesia.
Arrepentirse de sus pecados, teniendo dolor
por ellos.
Tener un propósito de enmienda, empeñándose
en no volver a cometerlos.
Confesar los pecados exponiendo todos los
pecados mortales cometidos desde la última confesión.
Cumplir la penitencia que es reparar y expiar
por los pecados cometidos, la impone el sacerdote en nombre de Jesucristo, y
pueden ser oraciones, ofrendas, servicios al prójimo, obras de misericordia
etc.
Con la absolución de los pecados el sacerdote
en la persona de cristo perdón y libera al pecador arrepentido de sus pecados.
La confesión frecuente ayuda a la persona a
luchar contra sus malas inclinaciones y a progresar en la vida espiritual y nos
hace más humildes.
Los ministros de este sacramento son los
obispos o presbíteros que tienen el poder dado por Dios para perdonar los
pecados, actúa “en la persona de Cristo lo que significa que es el mismo Cristo
quién perdona los pecados a través del sacerdote.
La absolución de los pecados es dada en el hombre
del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
El sigilo sacramental hace que el sacerdote
que oye confesiones está obligado sin excepción a guardar secreto absoluto
sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo penas muy severas.
Solo en caso de necesidad grave se puede
recurrir a la celebración comunitaria del perdón y absolución general. (peligro
masivo de muerte).
Superada la situación la confesión de los
pecados graves debe hacerse lo antes posible.
La confesión tiene grandes efectos
espirituales:
Nos reconcilia con Dios y nos perdona
Paz y tranquilidad en la conciencia
Nos reconcilia con la Iglesia y los hermanos
Remite la pena eterna de los pecados mortales
Nos restaura el estado de gracia
Remite en parte las penas temporales
Acrecienta las fuerzas espirituales para el
combate
Sacramento Unción de los Enfermos
Este sacramento tiene por fin dar una gracia
especial al cristiano que experimenta una enfermedad grave o la vejez. Es un
remedio de vida sobrenatural y alivio para el cuerpo y el alma.
Mediante esta sagrada unción y con la oración
del sacerdote toda la Iglesia encomienda al enfermo al Señor sufriente y
glorificado para que los alivie y salve.
Debe ser dado por un sacerdote u obispo.
Puede recibirlo cualquier persona enferma
grave o anciano, ojalá precedido por la confesión, se puede recibir cada vez
que sea necesario, aunque la persona este inconsciente; ante la duda de si ha
muerto o no, se puede administrar.
Tiene como efecto la unión con Cristo,
consuelo, paz, fortaleza y el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido
confesarse.
Fortalece contra las tentaciones del maligno
especialmente el desaliento y la angustia ante la muerte.
Concede a veces la recuperación de la salud
física (si Dios así lo quiere).
Prepara para el paso a la vida eterna.
Los sacramentos que preparan para nuestra
entrada a la patria celestial o que cierran nuestra peregrinación en esta
tierra son la Penitencia, la Unción de los Enfermos y la Eucaristía en forma de
viatico.
El Sacramento del Orden
El orden sagrado es un sacramento instituido
por Jesús gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue
siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Confieren la gracia
especial de ejercer funciones y ministerios que se refieren al culto de Dios y
a la salvación de las almas, se confiere en tres grados: obispo, presbítero,
diacono.
Se llama Sacramento del Orden porque indica
un cuerpo eclesial al que se entra a formar parte mediante una consagración
especial (ordenación), la cual, por un don particular del Espíritu Santo,
permite ejercer una potestad sagrada a nombre y con la autoridad de Cristo, al
servicio de los fieles.
Cristo es el verdadero sacerdote, todos los
demás son ministros suyos, quienes están llamados a acercar a los hombres al
Dios Uno y Trino. Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, porque
solo Él nos reconcilió con Dios, por medio de su sangre derramada en la Cruz.
Este sacrificio es único y se realizó de una vez y para siempre.
El sacerdote ordenado, en el ejercicio de su
ministerio, no habla ni actúa por propia autoridad, ni por mandato o delegación
de la comunidad, sino en la Persona de Cristo cabeza y en el nombre de la
Iglesia; son ordenados para anunciar el Evangelio, celebrar l Eucaristía y
administrar los sacramentos, su función sagrada por excelencia es la
Eucaristía, de dónde saca todas sus fuerzas para su ministerio.
Este sacramento lo puede recibir solo el
varón bautizado y por un llamado de Dios, esta vocación al sacerdocio es un
llamado especial a consagrarse totalmente al Señor y a vivir en su presencia y
en el celibato, que le permite unirse más fácilmente a Cristo con corazón
indiviso.
Se confiere solo por una vez ya que confiere
un “carácter espiritual indeleble” que le da la capacidad de actuar como
representante de Cristo en su triple función de sacerdote profeta y rey.
El sello que este sacramento confiere es para
siempre, imborrable, aunque por motivos excepcionales este deje el sacerdocio.
Sacramento del Matrimonio
El matrimonio o unión de un hombre con una
mujer para toda la vida fue elevado por Jesucristo a la dignidad de Sacramento.
Este sacramento santifica la unión de los esposos y les concede la gracia de
amarse fielmente y la de educar y formar cristianamente a los hijos.
El matrimonio es uno de los sacramentos al
servicio de la comunidad, pues está ordenado a la salvación de los demás y a la
propia salvación mediante el servicio que prestamos a los otros. Este
sacramento tiene una misión particular en la Iglesia, pues sirve a la
edificación del pueblo de Dios.
La Sagrada Escritura afirma que el hombre y
la mujer fueron creados el uno para el otro: “no es bueno que el hombre este
solo”. La mujer es su complemento, su compañera, y le es dada por Dios como
auxilio. Por eso deja “el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer y
se hacen una sola carne”: ese fue el plan del creador desde el principio.
Jesús en el Nuevo Testamento enseño sin
ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y de la mujer, tal como
el Creador lo quiso al comienzo ¿no han oído que al principio el creador los
hizo varón y mujer? Por eso, dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá
a la mujer y serán los dos una sola carne. “Lo que Dios unió, no lo separe el
hombre” (Mt 19, 4-6).
El matrimonio cristiano representa la alianza
de amor que existe entre Cristo y su Iglesia.
El matrimonio es también una realidad
espiritual y sobrenatural, que santifica y fortalece la unión de cada uno de los
cónyuges entre sí y con Cristo. Es verdadero camino de santidad. Los esposos están
llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión y
sobrenaturalizando las relaciones conyugales, la relación con los hijos y en
general, toda la vida familiar.
El matrimonio como sacramento sella el vínculo
perpetuo y exclusivo entre los cónyuges, perfecciona el amor de los esposos,
fortalece su unidad excluyente e indisoluble, santifica la vida y el amor
matrimonial, la acogida y educación de los hijos, da la gracia de amarse con el
mismo amor que Cristo ama a su Iglesia.
El amor de los esposos exige la unidad y la
indisolubilidad de su vínculo. Están llamados a crecer en su comunión a través
de su fidelidad diaria a la promesa matrimonial de “entrega reciproca y total
que hicieron frente a Dios”.
El sacramento del matrimonio consagra, eleva,
sana y purifica el amor puramente humano, exige de los esposos una fidelidad
inviolable. El amor verdadero tiende por su naturaleza a ser definitivo y no
pasajero. La fidelidad expresa la capacidad de mantener la palabra dada.
Existen situaciones en que la convivencia
matrimonial se hace prácticamente imposible por razones diversas. En estos
casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la
cohabitación. Sin embargo, no dejan de ser marido y mujer delante de Dios, por
lo que no deben contraer una nueva unión.
El amor conyugal está llamado a estar abierto
a la vida, a la procreación y a la educación de los hijos, por lo tanto, es un
fin del matrimonio. Los esposos participan del poder creador de Dios y de la
paternidad de Dios.






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