viernes, 16 de diciembre de 2016

LOS DIEZ MANDAMIENTOS
































Primer Mandamiento
Amarás a Dios sobre todas las cosas

Dios nos llama a la adoración, creyendo en El, confiando en su inmenso poder y amarlo con todo el corazón y con todas las fuerzas, para corresponder a su amor y a   su bondad. El primer mandamiento nos pide vivir en plenitud las tres virtudes teologales que recibimos en el Bautismo: La Fe, Esperanza y Caridad. Este mandamiento nos pide que cuidemos, alimentemos estas virtudes teologales, vigiando nuestra fe, rechazando lo que se opone a ella.
Debemos dar culto a Dios con la adoración, oración, sacrificios, cumpliendo las promesas y votos, dedicándole tiempo, confiando siempre en El, buscando su intimidad, agradeciéndole todo, viviendo en su presencia, dando testimonio de Él.
Se falta a este mandamiento con la duda voluntaria de lo que Dios ha revelado.
Con la incredulidad o menosprecio de la verdad.
Con la apostasía o rechazo total a la fe cristiana.
Con el sisma o rechazo a la obediencia al Papa o a la Iglesia.
Con la desesperación; que es creer que Dios ya no nos puede perdonar.
Con la presunción; que es creer que no necesitamos la ayuda de Dios para salvarnos.
Con la indiferencia o rechazo al amor de Dios y desprecio a su acción providente y negación de su fuerza.
Con la ingratitud; no agradecer el amor de Dios y querer corresponder con amor.
Con la tibieza; que es negligencia en responder al amor de Dios.
Con el odio a Dios; tiene su origen en el orgullo, niega su bondad y maldice porque condena el pecado e infringe penas.
Con el politeísmo; creencia en otros dioses, divinizar criaturas o el poder del dinero que lleva a caer en las manos del demonio.
Con la irreligión; que se expresa en el tentar a Dios con obras y palabras y en el sacrilegio que consiste en profanar personas o cosas sagradas.
Con el ateísmo; que rechaza la existencia de Dios.
Con el agnosticismo; que no se pronuncia sobre la existencia de Dios.
Con la superstición; atribuir poderes mágicos a ciertas prácticas.
Con la idolatría; divinizar lo que no es Dios; poder, placer, dinero, etc.
Con la adivinación; que pretende descubrir cosas ocultas, predecir el futuro o adivinar mágicamente un evento o realidad.
Con la magia o hechicería que pretende poseer o manejar ciencias ocultas con o sin intervención de demonios.
Con el espiritismo; prácticas adivinatorias o mágicas invocando seres fallecidos o espíritus.
Con el sacrilegio; que es profanar indignamente los sacramentos y otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y lugares sagrados a Dios.
Es gravísimo cuando es cometido contra la Eucaristía.
Con la simonía; que es compra o venta de cosas o favores espirituales.

Segundo Mandamiento
Respetar el Nombre del Señor

Nos manda respetar el nombre del Señor. El nombre de Dios es Santo, porque Él es Santo y por esto guardamos e invocamos su nombre para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo.
Como cristianos, debemos dar testimonio del nombre del Señor confesando nuestra fe sin temor.
Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su Verdad debe ser honrada en toda palabra.
Debemos ser prudentes al invocar a Dios como testigo. El juramento, es decir, invocar el nombre de Dios como testigo de la verdad, solo puede hacerse con veracidad, sensatez y justicia.
El Bautismo es dado “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. En el Bautismo, el nombre de Dios santifica al hombre.
El nombre santo de Dios se respeta invocándolo, bendiciéndolo, alabándolo y glorificándolo. Se debe evitar todo uso inconveniente del nombre de Dios.
Para respetar y amar el nombre del Señor podemos persignarnos al rezar con amor y respeto, respetar todo lo consagrado, personas, templo, objetos sagrados. Evitar chistes y conversaciones livianos sobre Dios.
Se falta a este mandamiento con abusar de su nombre en cosas inconvenientes.
Con blasfemar que es decir o hacer gestos o actos injuriosos contra Dios, La Virgen, los Santos, La Iglesia y cosas sagradas.
Con el perjurio; que es hacer promesas bajo juramento sin intención de cumplirlas.
Con el falso juramento, jurar es tomar el nombre de Dios por testigo.
Jurar compromete el nombre del Señor.
Con las palabras vulgares que emplean el nombre de Dios.

Tercer Mandamiento
Santificar el día del Señor

El pueblo de Israel santificaba el sábado en memoria del día de descanso de Dios, en el séptimo día de la Creación, los cristianos lo trasladan a algo en recuerdo del acontecimiento cumbre de la vida de Jesús, la Resurrección. La celebración del domingo cumple la prescripción moral inscrita en el corazón del hombre: “dar a Dios un culto visible y público.”
La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad.
Así como Dios “descanso” el séptimo día de todas las tareas que había realizado” así también el ser humano está invitado a descansar y buscar un equilibrio entre el trabajo y descanso.
La institución del día del Señor contribuye a que todos disfrutemos un tiempo de descanso y a que tengamos tiempo suficiente para cultivar la vida familiar cultural social y religiosa.
Tanto el domingo como las demás fiestas de precepto, los fieles deben abstenerse de hacer trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios.
Se debe reconocer el domingo como día festivo para que se de a toda la posibilidad de dar culto a Dios.
Se falta a este mandamiento
No asistiendo deliberadamente a misa entera el domingo o fiestas de guardar.
Impidiendo sin razón válida que asistan a misa las personas que dependen de nosotros.

Cuarto Mandamiento
Honrar padre y madre

Dios quiere que después de Él, honremos a nuestros padres y a los que La revista de autoridad ara nuestro bien.
La observancia de este mandamiento trae frutos espirituales de paz y de prosperidad.
Mandamiento que establece un orden esencial en la sociedad, solo dentro de este orden pueden ejercitarse las virtudes humanas esenciales, se refiere a la educación que consiste en enseñar a otro el uso correcto de la libertad, aprendiendo a ser persona.
También se refiere al respeto que deben tener el alumno con su profe, el ciudadano para con su patria y sus gobernantes, el subalterno con su jefe.
Los hijos deben a sus padre amor y respeto, obediencia y gratitud ya que la paternidad humana tiene su origen y su raíz en la paternidad divina.
Los padres deben respetar a sus hijos como personas y como hijos de Dios y proveer a sus necesidades materiales y espirituales, educándoles moral y espiritualmente.

Quinto Mandamiento
No Matar

Toda vida humana es sagrada, desde el momento de la concepción hasta la muerte, pues la persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y semejanza del Dios vivo y santo. CEC 2319
La vida humana es fruto de la acción creadora de Dios.
Nadie en ninguna circunstancia puede atribuirse el derecho a destruir directamente a un ser humano inocente, siendo esto contrario a la dignidad de la persona y a la santidad del Creador, quién ordenó: “No quites la vida del inocente y del justo” (Ex 23-7).
Se debe también respetar y cuidar la salud física pues es un bien regalado por Dios Padre, y evitar el abuso de comidas, alcohol, tabaco, drogas y evitar el uso de estupefacientes.
Permite el derecho a la legítima defensa ya que implica optar por defenderse y el derecho a la vida propia y ajena y no la opción por la muerte.
La legítima defensa, para el que es responsable de la vida de otros, puede ser también un deber grave. Se debe evitar toda violencia innecesaria.
Permite el trasplante de órganos sin riesgo excesivo para él.
Se falta al quinto mandamiento
Descuidando la salud
Poniendo en peligro la propia vida
Con la gula
La embriaguez
El uso de drogas
El suicidio y cooperación a el
La esterilización
El homicidio o asesinato
El aborto
La píldora del día después
La eutanasia directa
La mutilación
El escándalo que conduzca a causar la muerte espiritual
El odio
La ira
La venganza
Los secuestros

Sexto Mandamiento
No cometerás acciones impuras

Dios crea al hombre y a la mujer con vocación, capacidad y responsabilidad de amar y vivir en comunión con otro. Creó al hombre y la mujer para que se atraigan y complementen en mutua ayuda, para que vivan en comunión de amor.
Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confirió a ambos idéntica dignidad personal, a cada cual le corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual.
Este mandamiento se entiende en la globalidad de la sexualidad humana. La castidad es fuerza que permite usar nuestra sexualidad de acuerdo al plan de Dios. Ella integra la propia sexualidad a nuestra vida, en forma sana y madura. La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de la vida y del amor que fueron depositadas en ella. Esta integridad asegura la unidad de su persona; se opone a todo comportamiento que la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje.
La castidad exige dominio de sí mismo. Cuando el hombre controla sus pasiones obtiene paz; en cambio, si se deja dominar por ellas, se va denigrando. Como el hombre fue creado libre, su dignidad exige que elija libre y conscientemente entre ambas actitudes. Sin embargo, esta dignidad que le fue dada por Dios se hace realidad solamente cuando el hombre se libera de toda esclavitud de las pasiones e instintos para lograr un bien mayor y busca los medios adecuados para lograrlo.
Él quiere permanecer fiel a las promesas del Bautismo y resistir a las tentaciones, debe poner los medios para ello, como ejemplo, conocerse a sí mismo, la práctica de una lucha ascética adaptada a las situaciones que se le van presentando, la obediencia a los mandamientos, la práctica de las virtudes morales, la fidelidad a la oración.
La virtud de la castidad forma parte de la virtud de la Templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana. El dominio de sí mismo es una tarea que dura toda la vida, nunca se logra adquirirlo de una vez y para siempre. En ciertas épocas de la vida, como la infancia y adolescencia, debe ponerse mayor esfuerzo en esta virtud, pues son etapas en las que se está formando la personalidad.
La castidad tiene leyes de crecimiento y éste pasa por diferentes grados marcados por la imperfección y, muy a menudo, por el pecado. Pero el hombre, llamado a vivir responsablemente el sabio y amoroso designio de Dios, es un ser histórico que se construye día a día con sus opciones numerosas y libres; por esto, él conoce, ama y realiza el bien moral según sus diversas etapas de crecimiento.
La castidad es un don y una tarea personal; la sociedad debe ayudarla y protegerla. La castidad exige el respeto a los derechos de la persona, en especial la de recibir una información y una educación que respeten las dimensiones morales y espirituales de la vida humana.
La castidad es una virtud moral, es un don de Dios, un fruto de la gracia y del esfuerzo personal. El Espíritu Santo regala, al que ha sido regenerado por el agua y el Bautismo, la posibilidad de imitar la pureza de Cristo. Uno de los frutos de la castidad es el de ser testigos de la fidelidad y de la ternura de Dios. La castidad se expresa especialmente en la amistad y cuando ésta se da entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, conduce a la comunión espiritual y representa un gran bien para todos. Cristo nos da ejemplo de cómo amar: al elegirnos como amigos, se dio totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición divina.
Se falta al sexto Mandamiento con:
La lujuria
La masturbación
La fornicación
La pornografía
La prostitución
La violación
El incesto
La relación sexual de homosexualidad y lesbianismo
La pedofilia
Se falta al sexto mandamiento en el matrimonio
El adulterio e infidelidad conyugal
El divorcio
La poligamia
La unión libre o convivencia

Séptimo Mandamiento
No Robar

Prohíbe tomar o retener las cosas o bienes del prójimo injustamente.
Recomienda la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo. Ordena a Dios y a la caridad los bienes de este mundo.
Exige respeto de las promesas hechas y los contratos estipulados, la reparación de la injusticia cometida y la restitución de lo robado.
Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano.
El derecho a la propiedad privada, adquirida por el trabajo o recibida por herencia, es legítima y no anula el destino universal de los bienes.
La virtud de la templanza modera el apego a los bienes de este mundo, cuida los derechos del prójimo, da a cada cual lo que le es debido y fomenta la solidaridad. Estos son los pilares para seguir e imitar la generosidad del Señor.
El hombre es el autor, el centro y el fin de toda vida económica y social. El punto decisivo de la cuestión social es el trabajo, estriba en que los bienes creados por Dios para todos lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad.
Espirituales
La Iglesia nos invita a ayudar al prójimo en sus necesidades corporales y espirituales con las obras de misericordia.
Dar buen consejo al que los necesita
Enseñar al que no sabe
Corregir al que yerra
Consolar al afligido
Perdonar las ofensas
Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
rogar por vivos y difuntos

Corporales
Dar de beber al sediento
Dar de comer al hambriento
Dar techo al que no lo tiene

Vestir al desnudo
Visitar al enfermo
Visitar a los cautivos
Enterrar a los muertos
Se falta al séptimo mandamiento con:
El robo
El plagio
La usura
El fraude
La especulación
El salario injusto
El incumplimiento de promesas
Retener lo que no es propio
Elevar precios abusando de ciertas circunstancias
Engañar con el peso de la balanza
Falsificar documentos
Evadir impuestos justos
Dañar propiedad pública o privada


Octavo Mandamiento
No mentir ni dar falso testimonio

El cristiano debe testimoniar la verdad evangélica en todos los campos de la actividad pública y, si es necesario, con el sacrificio de la propia vida. El martirio es el supremo sacrificio en aras de la verdad de la fe.
Dios es fuente de toda verdad, que se manifiesta íntegramente en Jesucristo, pues Él es la verdad, quien lo sigue vive en Espíritu de verdad y rechaza la duplicidad, la simulación y la hipocresía. Tenemos obligación moral de buscar la verdad religiosa y, una vez que la encontramos y conocemos, se nos pide adherirnos a ella y ordenar nuestra vida según sus exigencias.
El octavo mandamiento pide respeto por la verdad, acompañado por la discreción por la caridad, teniendo en cuenta al mandamiento del amor fraterno, el bien y la seguridad del prójimo el bien común, no se está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla. Esto se aplica a la comunicación y a la información, que debe valorar el bien común y personal y defender la vida privada contra el peligro del escándalo; a los secretos profesionales, que siempre deben ser guardados, salvo en casos excepcionales y por motivos graves; a las confidencias hechas bajo el sigilo del secreto.
El sigilo sacramental o secreto del Sacramento de la Confesión es sagrado e inviolable y no puede ser roto bajo ningún pretexto. Un confesor jamás puede revelar lo oído en confesión, bajo graves penas.
Cuando me aparto de la verdad o la falseo, incurro en la mentira, cada vulneración de la dignidad de la verdad no sólo rebaja a la persona, sino que constituye una grave infracción contra el amor, porque escatimar a otro la verdad implica hurtarle un bien esencial y llevarlo por el mal camino.}
Se falta a este mandamiento con:
La mentira
El juicio temerario
La maledicencia o difamación
La calumnia
La adulación
La vana gloria o jactancia
El revelar secretos sin causa
Leer correspondencia ajena
Toda falta contra la verdad debe ser reparada.

Noveno Mandamiento
No Consentir Pensamientos ni Deseos Impuros

“El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5,28).
Este mandamiento nos pide luchar contra la concupiscencia de la carne y todos los desórdenes interiores. La concupiscencia es toda forma desordenada de deseo humana, un apetito sensible contrario a la razón humana. La concupiscencia procede de la desobediencia del primer pecado y de los pecados personales que refuerzan la impulsividad y reducen la capacidad de reflexión. La impulsividad desordena las facultades morales del hombre y, sin ser una falta en sí misma, lo inclina a cometer pecados.
El corazón es la sede de la personalidad moral: “De dentro del corazón salen las malas inclinaciones, asesinatos, adulterios, fornicaciones” (Mt 15,19). La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón, de la mirada y por la práctica de la templanza. Las personas de corazón limpio son aquellas que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, especialmente respecto a la Caridad, la Castidad o rectitud sexual, y al amor a la verdad y a la Fe.
A los limpios de corazón se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a Él. La pureza de corazón es el preámbulo de la visión contemplativa y ya desde ahora concede ver con la mirada de Dios y recibir al otro como a nuestro prójimo. Nos permite considerar el cuerpo humano, tanto el nuestro como el del prójimo, como templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina.
La pureza del corazón exige la virtud del pudor, que es paciencia, modestia y discreción. El pudor preserva o cuida la intimidad de la persona. Es rechazo a mostrar lo que debe ser velado, protege el misterio de las personas y de su amor.
Se falta a este mandamiento por:
Desear en el corazón la mujer o el hombre del prójimo
Consentir en pensamientos, deseos o conversaciones impuras
La lujuria o desorden de las pasiones, de la sensualidad

Décimo Mandamiento
No Codiciar los Bienes Ajenos

Donde está tu tesoro allí está tu corazón (Mt 6,21)
El décimo mandamiento completa el noveno: “No codiciarás... nada que sea de tu prójimo” (Ex 20,17). Nos prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del robo, la rapiña y del fraude; lleva a la violencia y a la injusticia, tiene su origen en la idolatría, generando un apego desordenado a las cosas, anteponiéndolas a Dios.
 Se refiere a la intención del corazón con respecto a los bienes materiales propios y ajenos.
Nos pide desterrar del corazón toda envidia y codicia. De la envidia nace el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad. La envidia es un pecado capital que manifiesta tristeza ante el bien del otro, por lo tanto, un rechazo a la caridad.
Se falta a este mandamiento por:
La envidia
La avaricia
La tacañería
La codicia


El egoísmo

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