Amarás a Dios sobre todas las cosas
Dios nos llama a la adoración, creyendo en
El, confiando en su inmenso poder y amarlo con todo el corazón y con todas las
fuerzas, para corresponder a su amor y a
su bondad. El primer mandamiento nos pide vivir en plenitud las tres
virtudes teologales que recibimos en el Bautismo: La Fe, Esperanza y Caridad.
Este mandamiento nos pide que cuidemos, alimentemos estas virtudes teologales,
vigiando nuestra fe, rechazando lo que se opone a ella.
Debemos dar culto a Dios con la adoración,
oración, sacrificios, cumpliendo las promesas y votos, dedicándole tiempo,
confiando siempre en El, buscando su intimidad, agradeciéndole todo, viviendo
en su presencia, dando testimonio de Él.
Se falta a este mandamiento con la duda voluntaria
de lo que Dios ha revelado.
Con la incredulidad o menosprecio de la
verdad.
Con la apostasía o rechazo total a la fe
cristiana.
Con el sisma o rechazo a la obediencia al
Papa o a la Iglesia.
Con la desesperación; que es creer que Dios
ya no nos puede perdonar.
Con la presunción; que es creer que no
necesitamos la ayuda de Dios para salvarnos.
Con la indiferencia o rechazo al amor de Dios
y desprecio a su acción providente y negación de su fuerza.
Con la ingratitud; no agradecer el amor de
Dios y querer corresponder con amor.
Con la tibieza; que es negligencia en
responder al amor de Dios.
Con el odio a Dios; tiene su origen en el
orgullo, niega su bondad y maldice porque condena el pecado e infringe penas.
Con el politeísmo; creencia en otros dioses,
divinizar criaturas o el poder del dinero que lleva a caer en las manos del
demonio.
Con la irreligión; que se expresa en el
tentar a Dios con obras y palabras y en el sacrilegio que consiste en profanar
personas o cosas sagradas.
Con el ateísmo; que rechaza la existencia de
Dios.
Con el agnosticismo; que no se pronuncia
sobre la existencia de Dios.
Con la superstición; atribuir poderes mágicos
a ciertas prácticas.
Con la idolatría; divinizar lo que no es
Dios; poder, placer, dinero, etc.
Con la adivinación; que pretende descubrir
cosas ocultas, predecir el futuro o adivinar mágicamente un evento o realidad.
Con la magia o hechicería que pretende poseer
o manejar ciencias ocultas con o sin intervención de demonios.
Con el espiritismo; prácticas adivinatorias o
mágicas invocando seres fallecidos o espíritus.
Con el sacrilegio; que es profanar
indignamente los sacramentos y otras acciones litúrgicas, así como las
personas, las cosas y lugares sagrados a Dios.
Es gravísimo cuando es cometido contra la
Eucaristía.
Con la simonía; que es compra o venta de
cosas o favores espirituales.
Segundo Mandamiento
Respetar el Nombre del Señor
Nos manda respetar el nombre del Señor. El
nombre de Dios es Santo, porque Él es Santo y por esto guardamos e invocamos su
nombre para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo.
Como cristianos, debemos dar testimonio del nombre
del Señor confesando nuestra fe sin temor.
Jesús enseña que todo juramento implica una
referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su Verdad debe ser honrada en
toda palabra.
Debemos ser prudentes al invocar a Dios como
testigo. El juramento, es decir, invocar el nombre de Dios como testigo de la
verdad, solo puede hacerse con veracidad, sensatez y justicia.
El Bautismo es dado “en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo”. En el Bautismo, el nombre de Dios santifica al
hombre.
El nombre santo de Dios se respeta
invocándolo, bendiciéndolo, alabándolo y glorificándolo. Se debe evitar todo
uso inconveniente del nombre de Dios.
Para respetar y amar el nombre del Señor
podemos persignarnos al rezar con amor y respeto, respetar todo lo consagrado,
personas, templo, objetos sagrados. Evitar chistes y conversaciones livianos
sobre Dios.
Se falta a este mandamiento con abusar de su
nombre en cosas inconvenientes.
Con blasfemar que es decir o hacer gestos o
actos injuriosos contra Dios, La Virgen, los Santos, La Iglesia y cosas
sagradas.
Con el perjurio; que es hacer promesas bajo
juramento sin intención de cumplirlas.
Con el falso juramento, jurar es tomar el
nombre de Dios por testigo.
Jurar compromete el nombre del Señor.
Con las palabras vulgares que emplean el
nombre de Dios.
Tercer Mandamiento
Santificar el día del Señor
El pueblo de Israel santificaba el sábado en
memoria del día de descanso de Dios, en el séptimo día de la Creación, los
cristianos lo trasladan a algo en recuerdo del acontecimiento cumbre de la vida
de Jesús, la Resurrección. La celebración del domingo cumple la prescripción
moral inscrita en el corazón del hombre: “dar a Dios un culto visible y
público.”
La participación en la celebración común de
la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo
y su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad.
Así como Dios “descanso” el séptimo día de todas
las tareas que había realizado” así también el ser humano está invitado a
descansar y buscar un equilibrio entre el trabajo y descanso.
La institución del día del Señor contribuye a
que todos disfrutemos un tiempo de descanso y a que tengamos tiempo suficiente
para cultivar la vida familiar cultural social y religiosa.
Tanto el domingo como las demás fiestas de
precepto, los fieles deben abstenerse de hacer trabajos o actividades que
impidan el culto debido a Dios.
Se debe reconocer el domingo como día festivo
para que se de a toda la posibilidad de dar culto a Dios.
Se falta a este mandamiento
No asistiendo deliberadamente a misa entera
el domingo o fiestas de guardar.
Impidiendo sin razón válida que asistan a
misa las personas que dependen de nosotros.
Cuarto Mandamiento
Honrar padre y madre
Dios quiere que después de Él, honremos a
nuestros padres y a los que La revista de autoridad ara nuestro bien.
La observancia de este mandamiento trae
frutos espirituales de paz y de prosperidad.
Mandamiento que establece un orden esencial
en la sociedad, solo dentro de este orden pueden ejercitarse las virtudes
humanas esenciales, se refiere a la educación que consiste en enseñar a otro el
uso correcto de la libertad, aprendiendo a ser persona.
También se refiere al respeto que deben tener
el alumno con su profe, el ciudadano para con su patria y sus gobernantes, el
subalterno con su jefe.
Los hijos deben a sus padre amor y respeto,
obediencia y gratitud ya que la paternidad humana tiene su origen y su raíz en
la paternidad divina.
Los padres deben respetar a sus hijos como
personas y como hijos de Dios y proveer a sus necesidades materiales y
espirituales, educándoles moral y espiritualmente.
Quinto Mandamiento
No Matar
Toda vida humana es sagrada, desde el momento
de la concepción hasta la muerte, pues la persona humana ha sido amada por sí
misma a imagen y semejanza del Dios vivo y santo. CEC 2319
La vida humana es fruto de la acción creadora
de Dios.
Nadie en ninguna circunstancia puede atribuirse
el derecho a destruir directamente a un ser humano inocente, siendo esto
contrario a la dignidad de la persona y a la santidad del Creador, quién
ordenó: “No quites la vida del inocente y del justo” (Ex 23-7).
Se debe también respetar y cuidar la salud
física pues es un bien regalado por Dios Padre, y evitar el abuso de comidas,
alcohol, tabaco, drogas y evitar el uso de estupefacientes.
Permite el derecho a la legítima defensa ya
que implica optar por defenderse y el derecho a la vida propia y ajena y no la
opción por la muerte.
La legítima defensa, para el que es responsable
de la vida de otros, puede ser también un deber grave. Se debe evitar toda
violencia innecesaria.
Permite el trasplante de órganos sin riesgo excesivo
para él.
Se falta al quinto mandamiento
Descuidando la salud
Poniendo en peligro la propia vida
Con la gula
La embriaguez
El uso de drogas
El suicidio y cooperación a el
La esterilización
El homicidio o asesinato
El aborto
La píldora del día después
La eutanasia directa
La mutilación
El escándalo que conduzca a causar la muerte
espiritual
El odio
La ira
La venganza
Los secuestros
Sexto Mandamiento
No cometerás acciones impuras
Dios crea al hombre y a la mujer con
vocación, capacidad y responsabilidad de amar y vivir en comunión con otro.
Creó al hombre y la mujer para que se atraigan y complementen en mutua ayuda,
para que vivan en comunión de amor.
Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confirió
a ambos idéntica dignidad personal, a cada cual le corresponde reconocer y
aceptar su identidad sexual.
Este mandamiento se entiende en la globalidad
de la sexualidad humana. La castidad es fuerza que permite usar nuestra
sexualidad de acuerdo al plan de Dios. Ella integra la propia sexualidad a
nuestra vida, en forma sana y madura. La persona casta mantiene la integridad
de las fuerzas de la vida y del amor que fueron depositadas en ella. Esta
integridad asegura la unidad de su persona; se opone a todo comportamiento que
la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje.
La castidad exige dominio de sí mismo. Cuando
el hombre controla sus pasiones obtiene paz; en cambio, si se deja dominar por
ellas, se va denigrando. Como el hombre fue creado libre, su dignidad exige que
elija libre y conscientemente entre ambas actitudes. Sin embargo, esta dignidad
que le fue dada por Dios se hace realidad solamente cuando el hombre se libera
de toda esclavitud de las pasiones e instintos para lograr un bien mayor y
busca los medios adecuados para lograrlo.
Él quiere permanecer fiel a las promesas del
Bautismo y resistir a las tentaciones, debe poner los medios para ello, como
ejemplo, conocerse a sí mismo, la práctica de una lucha ascética adaptada a las
situaciones que se le van presentando, la obediencia a los mandamientos, la práctica
de las virtudes morales, la fidelidad a la oración.
La virtud de la castidad forma parte de la
virtud de la Templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y
los apetitos de la sensibilidad humana. El dominio de sí mismo es una tarea que
dura toda la vida, nunca se logra adquirirlo de una vez y para siempre. En
ciertas épocas de la vida, como la infancia y adolescencia, debe ponerse mayor
esfuerzo en esta virtud, pues son etapas en las que se está formando la
personalidad.
La castidad tiene leyes de crecimiento y éste
pasa por diferentes grados marcados por la imperfección y, muy a menudo, por el
pecado. Pero el hombre, llamado a vivir responsablemente el sabio y amoroso
designio de Dios, es un ser histórico que se construye día a día con sus
opciones numerosas y libres; por esto, él conoce, ama y realiza el bien moral
según sus diversas etapas de crecimiento.
La castidad es un don y una tarea personal;
la sociedad debe ayudarla y protegerla. La castidad exige el respeto a los
derechos de la persona, en especial la de recibir una información y una
educación que respeten las dimensiones morales y espirituales de la vida
humana.
La castidad es una virtud moral, es un don de
Dios, un fruto de la gracia y del esfuerzo personal. El Espíritu Santo regala,
al que ha sido regenerado por el agua y el Bautismo, la posibilidad de imitar
la pureza de Cristo. Uno de los frutos de la castidad es el de ser testigos de
la fidelidad y de la ternura de Dios. La castidad se expresa especialmente en
la amistad y cuando ésta se da entre personas del mismo sexo o de sexos
distintos, conduce a la comunión espiritual y representa un gran bien para
todos. Cristo nos da ejemplo de cómo amar: al elegirnos como amigos, se dio
totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición divina.
Se falta al sexto Mandamiento con:
La lujuria
La masturbación
La fornicación
La pornografía
La prostitución
La violación
El incesto
La relación sexual de homosexualidad y
lesbianismo
La pedofilia
Se falta al sexto mandamiento en el
matrimonio
El adulterio e infidelidad conyugal
El divorcio
La poligamia
La unión libre o convivencia
Séptimo Mandamiento
No Robar
Prohíbe tomar o retener las cosas o bienes
del prójimo injustamente.
Recomienda la justicia y la caridad en la
gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo. Ordena a Dios y a
la caridad los bienes de este mundo.
Exige respeto de las promesas hechas y los
contratos estipulados, la reparación de la injusticia cometida y la restitución
de lo robado.
Los bienes de la creación están destinados a
todo el género humano.
El derecho a la propiedad privada, adquirida
por el trabajo o recibida por herencia, es legítima y no anula el destino
universal de los bienes.
La virtud de la templanza modera el apego a
los bienes de este mundo, cuida los derechos del prójimo, da a cada cual lo que
le es debido y fomenta la solidaridad. Estos son los pilares para seguir e
imitar la generosidad del Señor.
El hombre es el autor, el centro y el fin de
toda vida económica y social. El punto decisivo de la cuestión social es el
trabajo, estriba en que los bienes creados por Dios para todos lleguen de hecho
a todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad.
Espirituales
La Iglesia nos invita a ayudar al prójimo en
sus necesidades corporales y espirituales con las obras de misericordia.
Dar buen consejo al que los necesita
Enseñar al que no sabe
Corregir al que yerra
Consolar al afligido
Perdonar las ofensas
Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
rogar por vivos y difuntos
Corporales
Dar de beber al sediento
Dar de comer al hambriento
Dar techo al que no lo tiene
Vestir al desnudo
Visitar al enfermo
Visitar a los cautivos
Enterrar a los muertos
Se falta al séptimo mandamiento con:
El robo
El plagio
La usura
El fraude
La especulación
El salario injusto
El incumplimiento de promesas
Retener lo que no es propio
Elevar precios abusando de ciertas circunstancias
Engañar con el peso de la balanza
Falsificar documentos
Evadir impuestos justos
Dañar propiedad pública o privada
Octavo Mandamiento
No mentir ni dar falso testimonio
El cristiano debe testimoniar la verdad
evangélica en todos los campos de la actividad pública y, si es necesario, con
el sacrificio de la propia vida. El martirio es el supremo sacrificio en aras
de la verdad de la fe.
Dios es fuente de toda verdad, que se
manifiesta íntegramente en Jesucristo, pues Él es la verdad, quien lo sigue
vive en Espíritu de verdad y rechaza la duplicidad, la simulación y la hipocresía.
Tenemos obligación moral de buscar la verdad religiosa y, una vez que la
encontramos y conocemos, se nos pide adherirnos a ella y ordenar nuestra vida
según sus exigencias.
El octavo mandamiento pide respeto por la
verdad, acompañado por la discreción por la caridad, teniendo en cuenta al
mandamiento del amor fraterno, el bien y la seguridad del prójimo el bien
común, no se está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a
conocerla. Esto se aplica a la comunicación y a la información, que debe
valorar el bien común y personal y defender la vida privada contra el peligro
del escándalo; a los secretos profesionales, que siempre deben ser guardados,
salvo en casos excepcionales y por motivos graves; a las confidencias hechas
bajo el sigilo del secreto.
El sigilo sacramental o secreto del
Sacramento de la Confesión es sagrado e inviolable y no puede ser roto bajo ningún
pretexto. Un confesor jamás puede revelar lo oído en confesión, bajo graves
penas.
Cuando me aparto de la verdad o la falseo,
incurro en la mentira, cada vulneración de la dignidad de la verdad no sólo
rebaja a la persona, sino que constituye una grave infracción contra el amor,
porque escatimar a otro la verdad implica hurtarle un bien esencial y llevarlo
por el mal camino.}
Se falta a este mandamiento con:
La mentira
El juicio temerario
La maledicencia o difamación
La calumnia
La adulación
La vana gloria o
jactancia
El revelar
secretos sin causa
Leer correspondencia
ajena
Toda falta contra
la verdad debe ser reparada.
Noveno Mandamiento
No Consentir
Pensamientos ni Deseos Impuros
“El que mira a una
mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5,28).
Este mandamiento
nos pide luchar contra la concupiscencia de la carne y todos los desórdenes
interiores. La concupiscencia es toda forma desordenada de deseo humana, un
apetito sensible contrario a la razón humana. La concupiscencia procede de la
desobediencia del primer pecado y de los pecados personales que refuerzan la
impulsividad y reducen la capacidad de reflexión. La impulsividad desordena las
facultades morales del hombre y, sin ser una falta en sí misma, lo inclina a
cometer pecados.
El corazón es la
sede de la personalidad moral: “De dentro del corazón salen las malas
inclinaciones, asesinatos, adulterios, fornicaciones” (Mt 15,19). La lucha
contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón, de
la mirada y por la práctica de la templanza. Las personas de corazón limpio son
aquellas que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la
santidad de Dios, especialmente respecto a la Caridad, la Castidad o rectitud
sexual, y al amor a la verdad y a la Fe.
A los limpios de
corazón se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a Él.
La pureza de corazón es el preámbulo de la visión contemplativa y ya desde
ahora concede ver con la mirada de Dios y recibir al otro como a nuestro
prójimo. Nos permite considerar el cuerpo humano, tanto el nuestro como el del
prójimo, como templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza
divina.
La pureza del
corazón exige la virtud del pudor, que es paciencia, modestia y discreción. El
pudor preserva o cuida la intimidad de la persona. Es rechazo a mostrar lo que
debe ser velado, protege el misterio de las personas y de su amor.
Se falta a este
mandamiento por:
Desear en el
corazón la mujer o el hombre del prójimo
Consentir en
pensamientos, deseos o conversaciones impuras
La lujuria o
desorden de las pasiones, de la sensualidad
Décimo Mandamiento
No Codiciar los
Bienes Ajenos
Donde está tu
tesoro allí está tu corazón (Mt 6,21)
El décimo
mandamiento completa el noveno: “No codiciarás... nada que sea de tu prójimo”
(Ex 20,17). Nos prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del robo, la rapiña y
del fraude; lleva a la violencia y a la injusticia, tiene su origen en la idolatría,
generando un apego desordenado a las cosas, anteponiéndolas a Dios.
Se refiere a la intención del corazón con
respecto a los bienes materiales propios y ajenos.
Nos pide desterrar
del corazón toda envidia y codicia. De la envidia nace el odio, la
maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza
causada por su prosperidad. La envidia es un pecado capital que manifiesta
tristeza ante el bien del otro, por lo tanto, un rechazo a la caridad.
Se falta a este
mandamiento por:
La envidia
La avaricia
La tacañería
La codicia
El egoísmo


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