viernes, 16 de diciembre de 2016

EL PECADO Y LA GRACIA

El pecado

La misericordia de Dios no tiene límites; es eterna, inmensa, universal, infinita. Es la prontitud de Dios para acoger al arrepentido.
Para arrepentirse es necesario darse cuenta de que hemos actuado mal y que hemos ofendido a Dios.
El pecado es una ofensa a Dios, va contra el amor que nos tiene y nos aparta de Él, ha sido definido como una palabra, un acto o un deseo contrario a la ley eterna.
Los pecados pueden valorarse según su gravedad: pecado mortal y pecado venial.
El pecado mortal es una transgresión voluntaria a la ley de Dios en materia grave, con plena advertencia y pleno consentimiento y se llama así porque mata la vida de la gracia de quién peca, destruye la caridad del corazón del hombre y lo aparta de Dios, que es su único fin y felicidad, el pecador pierde el estado de gracia.
Para que el hombre sea liberado del pecado mortal necesita de la misericordia de Dios y una conversión del corazón que se realiza normalmente en el sacramento de la confesión, sino es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, se le excluye del Reino de Cristo y se lo condena a muerte eterna en el infierno.
Para que el pecado sea mortal debe cumplir con tres condiciones:
Materia grave, que está determinada por los diez mandamientos
La plena conciencia, que implica conocimiento de que el acto es contrario a la Ley de Dios
El entero consentimiento, que implica consentimiento libre y deliberado
La ignorancia involuntaria puede disminuir, sino excusar la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la Ley Moral que están inscrito en la conciencia de todo hombre.
No hay limite a la misericordia de Dios, pero quién se niega deliberadamente a acoger su misericordia mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final, a la perdición eterna.
No hay pecado que la misericordia de Dios no pueda perdonar. Lo importante es saberse hijo pródigo, ya los brazos del Padre están abiertos para acoger y perdonar todas las miserias en el Sacramento de la Penitencia.
Lo contrario es la mayor desgracia para el hombre ya que con el pecado mortal se pierde no sólo la gracia santificante, sino también las virtudes, los dones y todos los méritos alcanzados.
El pecado venial es una transgresión voluntaria a la Ley de Dios en materia leve o en materia grave, sin plena advertencia o entero consentimiento. No nos priva de la gracia santificante y podemos con la gracia de Dios conseguir el perdón, no nos priva del cielo, pero tiene efectos y consecuencias para el alma ya que el pecado genera facilidad para el pecado y engendra vicios, de ahí que produce oscurecimiento de la conciencia y la inclinación al mal.
Los vicios pueden estar referidos a los pecados capitales, que son: soberbia, avaricia, envidia, ira, gula, lujuria, pereza o acedia.
Los efectos en el alma del pecado venial pueden ser: alejamiento de Dios, apego desordenado por lo material, entorpece la práctica de la virtud, impide la práctica del bien moral, dispone al pecado mortal, genera vicios, hace prevalecer la concupiscencia, quita la alegría, quita la paz, ciega la conciencia y produce egoísmo y egocentrismo.
Para evitar todo esto debemos acercarnos más a Dios, buscando recibir la Eucaristía y pidiendo ayuda a la Virgen María y acudir frecuentemente al sacramento de la confesión.
El pecado es un acto personal, pero tenemos responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos con ellos.

La Salvación de Dios
La Ley y la gracia

El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado, necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene de Cristo por la ley que lo dirige y la gracia que lo sostiene.
La ley moral es obra de la Sabiduría Divina; es una enseñanza paternal, una pedagogía de Dios que muestra al hombre los caminos y las reglas de conducta que llevan a la felicidad eterna. Proscribe aquello que nos aparta de Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus mandatos y amable en sus promesas.
Esta ley es una regla de conducta grabada en el corazón del hombre, que más permite conocer la Ley de Dios por medio de la razón natural. Nos traza un camino natural hacia el bien para el cual fuimos creados.
La Ley Moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad, Jesucristo es en persona el camino de la perfección. Es el fin de la ley, porque El enseña y da la justicia de Dios “porque el fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente”.

La Ley Moral Natural

La ley moral natural está inscrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres; les permite discurrir mediante la razón lo que es el bien y el mal moral, la verdad y la mentira.
No se la puede destruir ni arrancar del corazón del ser humano.
Esta ley “divina natural”, obra maravilla del Creador, muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin último.
Tiene como raíz la aspiración y la sumisión a Dios, fuente y Juez de todo bien, así como también el sentido del prójimo como igual a sí mismo.
La ley natural es la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ello conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar. Es el sólido fundamento sobre el cual los hombres pueden construir normas morales.
Esta ley natural esta explicada en los Diez Mandamientos.
Es universal, sus preceptos y autoridad se extienden a todos los hombres.
Determina derechos y deberes de las personas.
Es inmutables, no cambia por las circunstancias, es permanente.
Establece bases para formación y funcionamiento de comunidades humanas.
Proporciona la base necesaria a las leyes civiles.

La Ley Antigua

Dios elige a Israel para revelar su ley por medio de Moisés, entregándole los diez mandamientos, preparando con esto la venida de Cristo.
Esta ley prepara y dispone al pueblo elegido y a cada cristiano a la conversión y a la fe en Dios, pero es imperfecta.
Nos muestra lo que se debe hacer, pero no da la fuerza, la gracia del Espíritu Santo para cumplirlo.
Contiene verdades naturales accesibles a la razón establece fundamentos de la vocación del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.
Prohíbe lo que es contrario al amor a Dios y al prójimo y señala lo esencial para ello.
Es luz ofrecida a la conciencia para conocer los caminos de Dios y evitar el mal.

Ley Evangélica o del Amor

En las bienaventuranzas, Jesús traza los caminos del Reino, se dirige a los humildes y pobres de corazón, a los afligidos, a los limpios de corazón a los perseguidos por causa suya.


Gracia y Justificación

El hombre no se salva a sí mismo. La justificación nos fue merecida y ofrecida por la Pasión de Cristo y se nos concede por la fe en Jesucristo y mediante el Bautismo.
La justificación es la obra más excelente del amor de Dios manifestada en Cristo Jesús y concedida por el Espíritu Santo.
La justificación establece colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre quien no tiene un papel pasivo, el Espíritu Santo lo ilumina y él acoge con fe la Palabra de Dios, que lo invita a la conversión para acceder a la vida eterna bienaventurada.
La gracia es el mayor tesoro que el hombre tiene; es el favor y auxilio gratuito que Dios nos da a fin de que podamos responder a su llamada.
Por su gracia, llegamos a ser sus hijos adoptivos, participamos de su naturaleza divina y de la vida eterna.
La gracia es una participación de la vida de Dios en nosotros, nos introduce en la intimidad de la vida Trinitaria. Por el Bautismo nos hacemos hijos adoptivos y podemos llamar “Padre” a Dios, en unión con Cristo; recibimos la vida del Espíritu que nos infunde la caridad, es sobrenatural porque depende sólo de la iniciativa de Dios, sobrepasa las capacidades del hombre, es un don gratuito que Dios nos hace para santificar y sanar el alma, esta crece en el hombre por la oración y los sacramentos y las buenas obras.
La gracia puede ser actual y habitual: La gracia actual o auxiliante es un don transitorio y la gracia habitual o santificante es un don permanente que lleva al hombre a vivir en justicia y santidad, por esta, Dios nos hace partícipe de todos sus bienes.
La gracia se pierde por cualquier pecado mortal y se recupera en el Sacramento de la Penitencia.

La Gracia Sacramental

La gracia sacramental es el don propio de cada sacramento, que confiere una gracia específica, distinta en cada uno de ellos, que añade a la gracia santificante un cierto auxilio divino para conseguir el fin del sacramento.

La Santidad Cristiana

La santidad es la plenitud de la vida cristiana. Es la coronación de la obra de la gracia en nosotros. Todos son llamados a la perfección del amor de la vida cristiana. Desde el Bautismo todos somos llamados a la santidad.
El cristiano debe luchar por vivir la santidad en el lugar que ocupa en la sociedad.
En Cristo todo cristiano tiene el modelo perfecto de santidad.
Cada momento a vivir en lo cotidiano es santificable cumpliendo en ello la voluntad de Dios, buscando hacernos cada vez mejores personas en la lucha perseverante por adquirir virtudes humanas y sobrenaturales, incluso lo más pequeño a realizar puede ser motivo de santificación.

Los Diez Mandamientos

Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios o Decálogo, (que significa “diez palabras”), son parte de la Revelación de Dios y exponen los deberes y derechos esenciales de todo ser humano.
Son:
1°   Amar a Dios sobre todas las cosas
2°   Respetar el Nombre de Dios
3°   Santificar las fiestas
4°   Honrar padre y madre
5°   No matar
6°   No cometer acciones impuras
7°   No robar
8°   No mentir
9°   No consentir pensamientos ni deseos impuros
10° No codiciar los bienes ajenos
Fueron recibidos por los Israelitas de manos de Moisés quién los había recibido de Dios para enseñarles como corresponde al hombre vivir creado a imagen de Dios; le fue dado en el monte Sinaí, grabado en piedra (tablas de la Ley) para que el pueblo los conservara y obedeciendo la Ley ahí inscrita permaneciera fiel a la alianza de Dios.
Sin embargo, Dios no se limitó a grabar sus mandamientos en tablas que podían ser desechadas, también las inscribió para siempre en el corazón del hombre.
Jesucristo, el Hijo de Dios, no vino a abolir la Ley sino a darle cumplimiento, en sus enseñanzas se destacó no tanto la letra de la Ley sino su espíritu.
Jesús interpreta los Diez Mandamientos a la luz del doble mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley: “Amaras al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este es el primer y más grande mandamiento y el segundo es similar al primero: “Amaras al prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos depende toda la Ley.
Conocemos los Mandamientos de la Ley de Dios por la revelación divina, que nos es presentada por la Iglesia y por la voz de la conciencia moral ya que están grabados por Dios en el corazón del ser humano.


Los mandamientos son accesibles a la razón, pero han sido revelados por Dios para que alcancemos un conocimiento completo y cierto de las exigencias de la Ley Natural.

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